La ambivalencia de los efectos a gran escala.
Las tecnologías actuales se caracterizan por su uso intensivo y masivo,
es decir, a gran escala y de modo universal en todo el planeta. Ello implica
cambios cualitativos en los efectos que produce.
A pequeña escala, por ejemplo,
el daño provocado por las emisiones de gases de las industrias y los automóviles
podría ser controlable, pero a medida que crecieron las ciudades y se
convirtieron en megalópolis como la Ciudad de México el aumento descomunal y
la concentración de esas emisiones han hecho de la contaminación atmosférica un
serio problema que hasta ahora no tiene solución.

El incremento de los riesgos y problemas reside en los
éxitos mismos de la tecnología, en su progreso incesante y acelerado,
pero también en el hecho de que la tecnología contemporánea se embarca en
empresas que no podrían fracasar; esto es, las tecnologías se encadenan, éxito
tras éxito, en una línea irreversible cuyo error o fracaso puede significar una
catástrofe mayúscula.
De este modo, los intereses positivos que motivaron el
surgimiento de muchas tecnologías se han revertido contra la sociedad misma, al
generarse problemas por el uso intensivo y el crecimiento descontrolado del
poder tecnológico.
El automatismo de la innovación tecnológica.
La tecnología contemporánea ha entrado en una fase de progreso casi
automático e ilimitado, en el que cada nuevo logro implica ya la necesidad de
dar un siguiente paso. Cada aplicación e innovación que se integra en el sistema
se convierte en una nueva necesidad social. A medida que se lanzan al mercado
nuevas tecnologías, se “encadenan” con las ya existentes haciendo más compleja
la red de conexiones y efectos dentro del sistema tecnológico mundial.
Así, pues, el poder tecnológico tiene una dimensión –por
primera vez en la historia- global y planetaria , pues sus efectos son
acumulativos y, en algunos casos, irreversibles. Por ejemplo, los desechos
radiactivos de las plantas nucleares que permanecen cientos e incluso miles de
años.
Lo que más preocupa de la situación actual es que la
responsabilidad humana se ha quedado corta ante los efectos tecnológicos, ya que
no posee los suficientes conocimientos científicos sobre todas las consecuencias
y porque, en muchas ocasiones, no es posible prever todos los efectos.

Hay,
pues, un desfase entre lo mucho que somos capaces de producir
tecnológicamente y lo poco que podemos conocer científicamente, y
por tanto, planear y prever hacia el futuro.
De este modo, el sistema
tecnológico parece progresar y expandirse de manera autónoma, al margen de las
regulaciones sociopolíticas.
El gran desafío ético de nuestro tiempo consiste en
formular regulaciones internacionales eficaces para prevenir y evitar los
efectos negativos de las tecnologías y, al mismo tiempo, para potenciar el uso
racional de las tecnologías necesarias para el bienestar de todo el mundo.
La expansión de la responsabilidad colectiva.
Como resultado del conflicto entre tecnología y vida humana, el valor
ético que se coloca en el primer puesto ahora es el de la responsabilidad
colectiva . El sistema tecnológico extiende cada vez más sus efectos en el
espacio y el tiempo, para bien y para mal, y, por ello, nos exige una nueva
responsabilidad social, que no sólo compete a los científicos y tecnológicos,
sino a todos los ciudadanos del mundo.
Pero además, el exceso de poder tecnológico impone al
ser humano la obligación de proteger y preservar la biodiversidad y los
equilibrios ecológicos del planeta. Así, pues, el creciente y expansivo poder
tecnológico han convertido en objeto de responsabilidad humana a la
naturaleza terrestre y, en particular, a la propia naturaleza del ser
humano.
El valor ético del conocimiento tecnocientífico.
En las actuales condiciones del desarrollo tecnológico, el saber
científico y tecnológico se ha convertido en una nueva necesidad ética
. Esto es, el conocimiento científico debe estar, en lo posible, a la par
de la capacidad transformadora de la tecnología. Es indispensable entonces
procurar el conocimiento de las condiciones y de los efectos futuros, probables
o potenciales.
Así, la ciencia y la tecnociencia tienen un nuevo
deber ético : vigilar el despliegue del poder tecnológico para
proteger a la humanidad misma de sus excesos y de sus posibles efectos negativos
y, al mismo tiempo, potenciar y expandir los beneficios de las tecnologías más
seguras, más limpias y más eficientes.
Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a apreciar las
tecnologías sólo por sus efectos inmediatos, sin reparar en las consecuencias a
futuro; nos dejamos llevar por las innovaciones tecnológicas que rápidamente se
extienden como una nueva “necesidad”, sin detenernos a pensar si los medios se
adecuan a los fines, y si no surgirán efectos negativos en su uso intensivo.
Quizá con el uso irracional de algunas tecnologías estamos solucionando
problemas inmediatos, pero gestando graves complicaciones para el futuro.
La emisión de estas ondas invisibles, se suma a la que
producen muchos otros artefactos electrónicos (televisores, computadoras,
copiadoras, incluso secadoras de pelo, etc.), a tal grado que algunos
científicos han hablado ya de una contaminación electromagnética,
invisible pero peligrosa porque se viene incrementando rápidamente en los
últimos años.
En cuanto más dependemos de una tecnología, son mayores
los riesgos de colapsos y catástrofes que no podríamos remediar a tiempo con
nuestros propios recursos tecnocientíficos, pues no acostumbramos planear
medidas de precaución o disponer de medios alternos. Así, los beneficios
inmediatos pueden convertirse en problemas muy costosos a largo plazo que
terminen por pulverizar los logros de la civilización tecnocientífica.

Esa privatización de la tecnociencia
entra en contradicción con el valor público de la ciencia y el valor de
utilidad social de la tecnología. En el mundo actual, la tendencia del desarrollo
tecnológico parece ir en sentido contrario: los beneficios se privatizan, sólo
acceden a ellos quienes tienen el poder económico para pagarlos, mientras que
los daños y riesgos se extienden a todas las sociedades y afectan mayormente a
los más pobres, es decir, a los que menos disfrutan de los beneficios del
desarrollo tecnocientífico.
Por otro lado, no existen condiciones ideales para el
desarrollo o aplicación de las tecnologías, pero debemos valorar socialmente
cuáles son las mejores condiciones; en esto podemos señalar tres valores:
- La publicidad.
- La precaución.
- La responsabilidad.

Las tecnologías deben ser públicas puesto que los
efectos o los daños perjudican a todos. La gente debe tener suficiente
información sobre los riesgos y los problemas que implican el uso masivo de
ciertas tecnologías, debe también poder decidir si está de acuerdo en asumir
riesgos, como vivir cerca de una central nuclear, o bañarse en aguas donde se
descargan por toneladas desechos orgánicos e industriales.
La información de seguridad sobre las tecnologías debe
ser pública para poder exigir responsabilidad a los diseñadores, los
fabricantes, los operarios y los dueños de los sistemas y artefactos.
Pero muchas veces no es posible saber qué tipo de
efectos se producirán, y si éstos serán dañinos. Los efectos negativos pueden
ser accidentales y no intencionales, sobre todo en un sistema tan complejo como
el de nuestro mundo tecnológico.
La necesidad social que surge por la tecnología negativa cada vez se convierte mas grande , nos estamos convierten en personas ambiciosas hacia ellas , y no tomamos en cuenta el dano que nos estamos haciendo a nosotros mismos y a la naturaleza en si , creo yo que tenemos que educar nuestra tecnología , por que si , como dicen va ver un momento en que nos superara de cualquier modo, no que nos destruya literalmente , si no psicológicamente o patológicamente, y de tal manera podremos destruirnos poco a poco como seres humanamos , creo yo que no hay que tomar extremos , ya que todo en exceso hace dano .
ResponderEliminarmuy bueno muchas gracias
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